El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, impuso hace unos dias  la Cruz de Honor de la Orden de San Raimundo de Peñafort al catedrático coruñés José Manuel Otero Lastres, que fue profesor suyo y del líder del PP, Mariano Rajoy, y que le auguró en 1984 que llegaría a ser el jefe del Ejecutivo.

Esta distinción se entrega a personas con méritos relevantes en el ámbito del Derecho, y Zapatero, en su intervención en el acto, destacó la contribución que al mismo ha aportado Otero Lastres, que ha desempeñado su labor tanto en la universidad de León como en la de Santiago de Compostela.

Si fue en esta donde impartió clases a Rajoy, fue en la de León donde -siendo decano de la Universidad de Derecho- coincidió con Zapatero en su etapa de estudiante, una relación que el presidente del Gobierno ha dicho que se ha ido fortaleciendo con el tiempo. De la misma dijo que aprendió que la amabilidad no es signo de debilidad, sino de inteligencia y sabiduría

Tras bromear con el hecho de que el condecorado forme parte de la directiva del Real Madrid, recordó que en 2006 presentó un libro de relatos cortos del profesor Otero Lastres titulado Las nubes pueden ser gemelas. Un recordatorio que le llevó a recuperar una frase de Gómez de la Serna: «El mejor destino es el de supervisor de nubes acostado en una hamaca y mirando al cielo».

Fue en la presentación de ese libro donde el homenajeado reveló que en 1984 ya pronosticó a Zapatero que un día sería presidente del Gobierno. Otero Lastres aseguró apreciar al jefe del Ejecutivo y que va a seguir contando con su amistad cuando llegue «al gran paraíso» de abandonar la Moncloa.

Además de a Zapatero, Otero Lastres agradeció la condecoración a su impulsor, el presidente del Consejo General de Graduados Sociales, Javier Sanmartín, que compartió profesor y aulas con Zapatero en León; y al ministro de Justicia, Francisco Caamaño, «compatriota» suyo, puesto que ambos nacieron en el municipio coruñés de Cee. A todos ellos el catedrático les reconoció su «benevolencia» al concederle la distinción aunque sin caer en la «fingida humildad» de considerarla «inmerecida» para no «dejarles en mal lugar» a todos ellos

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