Antonio-Carlos Pereira-MenautPor Antonio-Carlos Pereira-Menaut, Catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela

Con la expresividad que le caracteriza, el papa Francisco ha denunciado la hodierna cultura del “descarte”, que genera gente “sobrante”. En efecto, cuando la economía sustituye al derecho, la política o la moral como forma de razonamiento básico y música de fondo, repentinamente encontramos que parece haber un excedente de personas o grupos sociales. Hoy, algunos economistas y otras personas influyentes lo están diciendo con claridad suficiente: en el Planeta, sobra gente; y, en la España de hoy, para lo que hay que producir, sobra no poca gente (por eso el paro nunca bajará mucho). El “descarte” produce excluidos, “medio ciudadanos”, “sobrantes”, escribe Francisco en “La Alegría del Evangelio”.

Tal vez algo semejante pudiera decirse de amplios territorios en España. Evidentemente, eso sólo puede entenderse en sentido analógico —pues en sentido literal, a ningún estado le “sobra” ningún territorio; ninguno renuncia ni siquiera al Sahara—, pero no me parece disparatado aplicar lo básico de ese enfoque al problema territorial español actual. Grandes partes de España parecen hoy destinadas a no gran cosa. Nada serio hay pensado para ellas, que parecen cobrar vida sólo por estar a poco tiempo de Madrid (o, secundariamente, Barcelona), o por aportar algo a los “beati possidentes” y “Los que Mandan”: playa, servicios, suministros pata negra, monumentos… Hace unos años fue popular un humorístico «Nuevo Mapa de España», muy exagerado pero no muy descaminado en el fondo, según el cual el territorio español se dividiría en Marisquería de Madrid, Sidrería de Madrid, Playas de Madrid, Jamonería de Madrid y así sucesivamente.

Nuevo mapa de España

¿Qué es un territorio “sobrante” o excedente? Fácil: primero, observemos un mapa demográfico, y saque cada uno sus conclusiones; a continuación, preguntemos a “Los que mandan” cómo ven a Zamora o Lugo en 50 años y tendremos un ejemplo práctico. Es una zona que: primero, según los grandes medios, parece no justificarse por sí sino por lo que representa para Madrid u otro “major hub” (no hay muchos más en España); segundo, de cara al futuro no puede esperar razonablemente mucho más que empobrecimiento, despoblación y alguna migaja de la mesa de los importantes; tercero, no se hacen planes serios para su futuro, para revertir su despoblación, trasladar allí grandes recursos, grandes industrias ni otros centros de decisión; cuarto, esa zona crecerá sólo según lo que se “derrame” del crecimiento de Madrid (sobre todo) o Barcelona; quinto, aparece poco en los medios de comunicación salvo por catástrofes naturales; sexto, ese territorio está desapoderado, no marca ninguna agenda, y cuando toca repartir —sea dinero, sacrificios o cuotas europeas—, le tocará normalmente bailar con la más fea, porque su peso en una negociación es muy escaso; coloquialmente, “no está ni se le espera”, pues a lo peor ni siquiera puede personarse en la negociación como un actor autónomo.

Un territorio sobrante puede no estar muy lejano, y en ese caso será una «periferia interior»… hasta que el AVE lo convierta en suburbio excéntrico o dormitorio de Madrid. Si los habitantes de ese territorio excedente son realistas, por puro pragmatismo no esperarán mucho de España mientras siga configurada política, institucional, cultural y económicamente como la actual.

Ahora bien, llegados aquí, detengámonos un momento. ¿Conviene realmente a España, incluso a Madrid, semejante grado de invertebración, que ni Ortega pudo prever? No; sin duda alguna. Ni el altruismo ni el egoísmo inteligente (poco menos escaso que el primero) lo recomiendan. Entonces, hay que recurrir a la Navaja de Hanlon: “No acudas a la maldad humana mientras puedas explicar las cosas con la estupidez humana”. En la cuesta abajo de España a la insignificancia y la tercera división, el propio gobierno parece ser quien pisa el acelerador (sobran los indicios). Tal vez a España misma, considerada en el conjunto europeo, se le pueda aplicar algo de la anterior excedencia y «sobrantez». El pasado 26 de Febrero, el ministro Margallo pedía un gobierno económico europeo —¿acaso no lo hay?— capaz de imponerse y controlar «velis nolis» a los estatales, propuesta con algún tinte suicida que, de cumplirse, hará al estado español aun más sobrante y prescindible de lo que ya va siendo.

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