Si hay una conclusión que podemos extraer de todo lo que hemos vivido desde que el COVID-19 llegó a nuestras vidas, es que hay cosas que han cambiado, y que no volverán a ser como antes.

Una de estas cosas es la sensibilidad y preocupación que se ha desarrollado, o acentuado, por los problemas ajenos, tanto del planeta, como de las personas.

inversión de impacto - diario juridico 

Desde el punto de vista de la inversión de impacto, podríamos decir que esta mayor sensibilidad ha llegado en un buen momento, por dos motivos:

  • Está alineada con la Agenda 2030 de desarrollo sostenible, aprobada en 2015 por los estados miembros de las Naciones Unidas. 

Dicha agenda se confeccionó con la intención de establecer un plan para que los países emprendieran un camino enfocado a mejorar la vida de todos, fijando 17 objetivos (“ODS”), que incluyen desde la eliminación de la pobreza, hasta el combate por la igualdad y el trabajo decente.

  • Comulga con los ideales de inconformismo y lucha por un mundo mejor que tiene la llamada generación millenial

Esta generación comprende a las personas nacidas entre los años 1.981 y 1.995, que actualmente tienen entre 26 y 40 años, y están en el despegue y auge de su carrera profesional, es decir, en un buen momento para consumir productos de impacto, emprender y crear empresas que generen impacto, invertir su capital en dichas empresas o gestionar el capital ajeno, a través de sus cargos en fundaciones, fondos de inversión o gestoras de capital.

Los factores anteriores están implicando que las llamadas “inversiones de impacto” se consoliden a nivel mundial. Lo que empezó como un movimiento de la filantropía en Estados Unidos, está pasando a ser un producto que comercializan los fondos de inversión más potentes a nivel internacional, que los Bancos tienen en cartera, y que se gestiona por multitud de gestoras de renombre. 

Estas “inversiones de impacto” se definen por el Pacto Mundial de las Naciones Unidas como “la colocación de capital en empresas sociales y otras estructuras con la intención de crear beneficios sociales y medioambientales más allá del rendimiento financiero”, es decir, se trata de una inversión de toda la vida, en la que se asume un riesgo en busca de obtener un rendimiento financiero a la inversión que se realiza y, además, se le añade el factor de producir un impacto social o medioambiental, impacto que debe ser medible y cuantificable.

Es ésta medida del impacto, que se genera en la sociedad o en el medioambiente, el único punto que podríamos decir que está frenando, de algún modo, la explosión de la inversión de impacto. Así como hay directrices claras de información financiera para que los inversores puedan evaluar y comparar el rendimiento financiero de las empresas y fondos, los estándares equivalentes para la evaluación de los resultados sociales y medioambientales, siguen estando en desarrollo. 

Actualmente hay dos metodologías de referencia que fijan una serie de indicadores para medir dicho impacto, el (i) Impact Reporting and Investment Standards (IRIS), y el (ii) Social Return on Investment (SROI), siendo la primera la metodología más empleada a nivel internacional. 

No obstante, la existencia de estas dos metodologías ampliamente aceptadas, sigue siendo habitual que tanto inversores, como fondos de inversión o gestoras se resistan a invertir, o gestionar fondos de impacto porque consideren demasiado genéricos estos indicadores, dificultando la elaboración de propuestas de beneficio reales para la sociedad o el medioambiente. Esta falta de definición, les asusta, en el sentido de que pueda entenderse que estén haciendo “greenwashing” o “socialwashing”, y no un impacto real positivo en la sociedad o el medioambiente.

Es esencial para los actores económicos la generación de métricas e indicadores de impacto que posibiliten una implementación real en las empresas que generan impacto, tanto en su estrategia de negocio como en el día a día de su actividad. El reto está en diseñar métricas ad hoc que aterricen los marcos globales a las realidades específicas, proyectando factibilidad y credibilidad en la inversión. En este camino, es determinante que expertos en inversión socialmente responsable y profesionales medioambientales, sociales y de gobernanza empresarial, así como asesores legales, trabajen diseñando y determinando las métricas, promoviendo alianzas entre organismos públicos y corporaciones para relacionar la experiencia de cada industria con las soluciones que mejor se adapten a cada necesidad de inversión, y aportando la seguridad jurídica necesaria al mercado.

Tanto a nivel nacional como internacional, por todas las circunstancias expuestas anteriormente, estamos en el momento adecuado para que las inversiones de impacto cojan el impulso definitivo. Estamos en el momento perfecto para que, a través de estas inversiones, se cree un mundo mejor, momento que no hay que desaprovechar. Es por ello, que entendemos que hay que urgir a los agentes internacionales, europeos y nacionales a que adopten las medidas oportunas para crear unas métricas que den el confort suficiente a todos los agentes económicos, y se pueda comprobar que, a través de la inversión de impacto que se vaya a realizar, se está mejorando la vida del planeta y de las personas y, de esta manera, se aproveche la ola en la que estamos subidos, y las inversiones de impacto pasen de ser la excepción, a ser la norma.


Autora: Lourdes Amigó, abogada especializada en Derecho Mercantil y M&A de Roca Junyent

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