Por  David Ramos Muñoz. Profesor  Ayudante de Derecho Mercantil. Universidad Carlos III de Madrid

 

«Un jurado consiste en doce personas que han sido seleccionadas para decidir quién tiene el mejor abogado’. El que no se sepa si la cita es de Herbert Spencer, Robert Frost o un anónimo indica lo extendida que está. Y, por más que resulte exagerada, ilustra el sentimiento muy arraigado de que las cualidades de un abogado importan. E importan especialmente cuando su papel incluye la tarea agridulce de comparecer ante los tribunales y presentar el caso del cliente de la manera más convincente.

En esta ecuación, el arbitraje ha contribuido, como probablemente pocas innovaciones procesales, a despojar la litigación adversaria de misticismo, rituales y salmodias, y a distinguir la buena defensa letrada de la falsificación. Extirpado el ‘ruido’ innecesario, el proceso se enfoca hacia cosas importantes: los hechos, el Derecho, las garantías procesales… y las habilidades letradas.

 

Pero si es pacífico que estas habilidades importan, existe mucho menos consenso sobre cuáles con relevantes. Es en este punto donde trataré de extraer conclusiones de la experiencia en los ‘Moot court’. ¿Qué es un Moot? Una competición que, partiendo de un caso ficticio pero verosímil, simula un proceso judicial o arbitral, con sus escritos y con su defensa oral. ¿Cuántos hay? Imposible contarlos: Jessup, European Law, Tax, WTO… ¿Y en materia de arbitraje? Los mercantilistas de la Universidad Carlos III de Madrid conocemos de primera mano el Willem C Vis, sobre arbitraje y compraventa (15 años participando), el Investment Arbitration Moot, sobre arbitraje de inversiones, y el Moot Madrid, primero en español, sobre arbitraje comercial internacional organizado por la propia Carlos III con la UNCITRAL.

Y esto, ¿por qué es relevante? ¿Qué cosas puede enseñar un Moot court al aspirante a abogado (especialmente de arbitraje)? Primero, a argumentar desde posiciones contrarias. Se dice (o decía Charles Lamb) que no es abogado quien no es capaz de argumentar las dos posturas de un caso. Y todo Moot court que se precie obliga a cada equipo a construir el caso desde el lado del demandante y desde el del demandado, y a argumentarlo alternativamente según el momento.

Segundo, a cuestionarlo todo. El caso de un Moot court está diseñado desde el equilibrio de posiciones, sin que haya una claramente prevalente. Por ello, la argumentación ganadora nunca podrá ser rígida y ortodoxa; y construirla exigirá una extraordinaria gimnasia, mental y argumental.

Tercero, este ejercicio permite al estudiante entender el Derecho en clave de conflictos, o como herramienta de solución de los mismos, y a visualizar las ‘costuras’ de la ley, su razón de ser, y, con ello, a saber dónde y cómo estirar sin romper.

Naturalmente, todo este beneficio únicamente hace hincapié en la perspectiva más forense, o técnica, del abogado, pero existe una dimensión de facultades más personales que también se ven realzadas o multiplicadas por el Moot.

Para empezar, en el Moot el letrado no escoge la posición que va a representar cada vez, igual que en la vida real. Esto enseña que, analizado el caso desde todo punto de vista, el abogado debe servir con lealtad los intereses del cliente, y, sin faltar a la verdad, presentar su caso de la manera más favorable al mismo, un punto de la relación abogado/cliente que, a veces, pasa inadvertido.

Para seguir, el estudiante sale de la burbuja de cristal, pues debe defender su caso en un tiempo limitado, frente a otro equipo, y ante un tribunal, formados ambos por personas de carne y hueso, y por ende falibles. Pedir o no pedir más tiempo, recordar o no recordar la extensión de 3 minutos de la contraparte, corregir o no corregir la síntesis incorrecta del árbitro, abundar o no abundar en el error de la contraparte, contestar o no contestar a un argumento… No son dilemas de Hamlet, Príncipe de Dinamarca, sino del día a día de los tribunales (arbitrales u ordinarios) que los estudiantes desconocerían sin el Moot.

Por último, y sin ánimo de exhaustividad, en los tiempos modernos, con la multiplicación de la cantidad y complejidad de los casos litigiosos, estos rara vez recaen en un abogado singular, sino en un equipo. Y, si bien trabajar en equipo puede a veces acercarse a la visión idílica de campamento de verano que, frecuentemente, se transmite a los estudiantes, estos deben también estar preparados para la eventual diversidad de quehaceres, pareceres, y caracteres, que puede dar lugar a roces, voces y (más raramente) coces. El caso de un Moot, con su complejidad y matices, y la participación por equipos proporcionan el campo de pruebas perfecto para adquirir conciencia de las posibles dificultades, y ponerles remedio.

Así pues, a los conversos o convencidos, cuya única pregunta es la de ‘cómo participar’ respondo, como botón de muestra, con la web del Moot Madrid (http://www.mootmadrid.es), cuya IVª edición comenzará su andadura en enero de 2012, y con la del Vis (http://www.cisg.law.pace.edu/vis.html) que inicia la XIXª en octubre de 2011.

Para aquellos otros aún disuadidos o dudosos por las aparentes dificultades, técnicas o personales, debo confesar que, al hablar del Moot, no sigo sus enseñanzas. Al contrario, suelo pintar el cuadro más incómodo y duro posible, para mostrar que, aun en ese escenario, las ventajas siguen, con mucho, excediendo los inconvenientes. Pero hay otra dimensión del Moot, quizás aún más esencial para formar jóvenes abogados litigantes: la del compañerismo, la lealtad con el equipo, la generosidad en el esfuerzo, las bromas y confidencias compartidas, la armonía, y la capacidad de entenderse sin decir palabra. ¿Esencial? Sí, pues decía John Stuart Mill (y tenía razón) que antes que abogados, somos personas, y que sólo siendo personas capaces y sensatas podremos ser abogados capaces y sensatos. Y si de algo no tengo dudas es de que el Moot nos hace más sensatos, capaces, y mejores personas. Pero esa parte es mejor que la descubra cada uno.

 

 

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