La estructura de una empresa en una época en que la economía del país es próspera es una. Ahora bien, ésta debe amoldarse a las situaciones en las que la crisis acecha o es un hecho –irreversible al parecer- que se inicia en los sectores más prósperos y acaba llegando a toda la masa de la población activa.

Cualquier entidad tiene que afrontar sus obligaciones con la Hacienda Pública, la Seguridad Social y con todos y cuantos proveedores le aplazaron sus deudas mediante documentos de pago diferido. Lo que sucede es que la mayoría de las empresas de nuestro territorio se han acostumbrado a pagar aquello que vence con ingresos generados con posterioridad, ingresos al contado y los ingresos de la facturación que dio lugar a sus obligaciones pecuniarias. Ello ha funcionado de una forma generalizada durante años, cuando -como dirían algunos- estábamos en época de vacas gordas, pero al tornarse éstas en vacas flacas qué les va a suceder sin una reestructuración empresarial acorde con la situación económica real del país y que no es en ningún momento la que los políticos pretenden hacer ver, para que Juan Español se lo crea a pie juntillas. Basta recordar que en la época electoral ninguno de ellos habló de la crisis inmediata que ya se estaba viviendo, sino de las soluciones que para el futuro se pretendían llevar a la práctica para evitar lo que hoy es una realidad palpable y que entonces ya lo era, lo que hace buenísimo el dicho de la cultura popular que dice “NO hay más ciego que el que no quiere ver”, por tanto, no hay más ciego que los políticos en época electoral.

La ceguera de los políticos a la que he hecho referencia no ha solucionado absolutamente nada, por no decir que sus afirmaciones han dado lugar a todo lo contrario, que no es más que el claro temor de todos los españolitos de a pie a perder su puesto de trabajo, sus profesiones liberales, sus empresas y así un largo etcétera, con la consecuente repercusión que ello ha tenido en el consumo y en la adquisición de bienes inmobiliarios, adicionando a estos últimos el descomunal ascenso del precio del dinero a raíz del incremento del famoso Euribor. Todo lo hasta aquí dicho plantea una situación ciertamente de dudosa viabilidad para las empresas y comerciantes que han dispuesto de sus ahorros para afrontar nuevas acometidas empresariales. Pues bien, en este momento es el que en realidad nos encontramos, ante un escenario que en apariencia no tiene una solución clara ni próxima y es por ello que hemos de prepararnos para pasar la travesía del desierto con los menores percances posibles.

Las entidades se enfrentan a unas circunstancias que requieren una previsión –que no una provisión- de sus costes estructurales reales, mediante una ajustadísima contabilidad, un balance de sumas y saldos –al objeto de saber a quién se le debe y cuánto- y un balance de situación, consultando todos esos documentos mes a mes y sacando las conclusiones más adecuadas para cada uno de los plazos indicados. Si el activo es superior al pasivo y el primero se halla formado por elementos realizables o bienes inmuebles, no tiene mucho de que preocuparse sino simplemente de la cuenta de tesorería que será la que mande obligatoriamente el futuro de la empresa. Sí ésta permite sostener las obligaciones contraídas cuando la crisis no era tan evidentemente latente, deberán de ajustar las partidas derivadas de los pagos actuales a fechas posteriores, lo que quiere decir que durante una época tendrán que demorar los vencimientos de los pagarés y recibos que antes eran abonados a 90 días hasta los 120 o 180 días, obteniendo de esta forma una financiación extraordinaria a costa de los proveedores, ahora bien, siempre y cuando acepten éstos tal demora en los cobros, lo que habitualmente sucede cuando los documentos cambiarios son presentados a las entidades bancarias que osan a descontarlos, percibiendo –eso sí- un interés mayor al que se percibe por un descuento a menor término.

La reducción de costes se hace imprescindible y con ello me refiero a cualquier tipo de coste, estructurales –personal, delegaciones, etc.- y de nuevos trabajos, que sin lugar a dudas tienen su precio de mercado pero nunca contratarlos a precios inferiores a éste, porque sin ningún género de dudas las pérdidas económicas de esos trabajos solventarán el puntual vencimiento, pero estaremos engordando nuestra obligaciones de pago, volviendo a la cultura popular “Pan para hoy, hambre para mañana”, consiguiendo un efecto no querido como es el que la acumulación de pagos supere al cómputo de ingresos derivados del encargo aceptado y realizado, dado que comporta desde un buen inicio pérdidas económicas para la sociedad.

Es pues evidente que si alguien se encuentra en una situación como las que he descrito, debe tomar medidas precautorias para evitar a cualquier precio su ruina y la de aquellos que en su momento fueron proveedores de la entidad. Por ello las medidas que deben adoptarse pasan en primer lugar por un autoejercicio de humildad; es decir, nunca pensar que jamás se van a encontrar en una situación así –sino que se lo pregunten a Martinsa Fadesa- ya que nadie está libre de verse sumergido por su mal concepto de la administración social o porque cualquiera de sus principales clientes insten un concurso de acreedores, lo que les va a comportar el cobrar, si se cobra, al paso de los plazos procesales.

Para el caso de que la empresa o empresario individual se encuentre afrontando una situación caótica financieramente hablando, no le cabrá más que intentar efectuar una suspensión de pagos a la antigua usanza; es decir, extrajudicial, pactando con cada uno de sus acreedores de forma individual y en presencia de letrados –uno por parte- facilitando un régimen de pagos parciales. Una vez agotadas estás vías alternativas tan solo quedará la solución judicial, que no es otra que acudir al Concurso de Acreedores Voluntario –siempre es mejor instarlo de esta forma y no esperar a que te insten uno necesario- que nos dará o intentará darnos ese espacio temporal para poder pactar con los acreedores y las quitas que en realidad se puedan ofrecer sean factibles y los mentados tengan a bien aceptar.

Anticipé ya hace más de un año -5 de Julio de 2.007, que no era oro todo lo que relucía, sino que la crisis ya se había iniciado, refiriéndome al sector de la construcción y promoción. A la vista está que mis vaticinios se han hecho del todo realidad, para lo cual no hay que ser adivino sino simplemente conocer e interesarse por la evolución económica de nuestro país, cosa que ha quedado muy claro que nuestros políticos han pasado por alto o han intentado omitir.

Francisco José Campá Berthon

Abogado

Campá Abogados y Economistas

www.campabogados.com

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