No cabe duda de que nuestras empresas se mueven en entornos corruptos: más o menos corruptos, pero, sin duda, poco limpios, al menos en muchos sectores. La reacción de las empresas ante esta realidad puede ser encogerse de hombros, mirar hacia otro lado, o tomar medidas. Y a la hora de tomar medidas pueden hacerlo de una forma reactiva o proactiva. Mi tesis aquí es que la mejor manera de actuar por parte de las empresas es anticipándose a los problemas, montando mecanismos de protección y de defensa, y actuar siempre en busca de la excelencia.

De todo esto hablaron el pasado 31 de enero en el IESE Jordi Sellarés, Secretario General de la Cámara de Comercio Internacional en España, y Antonio Argandoña, profesor del IESE y titular de la Cátedra “la Caixa” de Responsabilidad Social de la Empresa y Gobierno Corporativo, en una sesión titulada “¿Cómo pueden protegerse las empresas en entornos corruptos?”. El objeto de la sesión era presentar las “Reglas de la Cámara de Comercio Internacional para combatir la corrupción” y una herramienta de formación del personal titulada “RESIST: un instrumento para hacer frente a la corrupción y a la incitación al soborno”.

¿Por qué nos debe preocupar la corrupción en las empresas? Por muchas razones. Algunas tienen su fundamento en la ley, y acaban en sanciones económicas y penas de cárcel. El Código Penal español, además de hablar de extorsión, corrupción privada, blanqueo de capitales, tráfico de influencias y otros delitos, incluye en su artículo 445 la declaración como delito del soborno de un funcionario extranjero. De modo que uno no puede estar tranquilo por el hecho de que los problemas ocurran más allá de nuestras fronteras.

Pero hay más argumentos contra la corrupción. Económicos, porque la corrupción es cara. De reputación, que cuesta toda una vida ganarla y que se puede perder en tres minutos. Riesgos morales, porque si corrompes eres un corrupto, aprendes a corromper y acabarás haciéndolo con más frecuencia. Y, sobre todo, me parece que una empresa que entra en la vía de la corrupción ha escogido una estrategia equivocada, que esta está condenada al fracaso, es fácil de copiar y lleva a muchas complicaciones adicionales. Por ejemplo, hay que manipular la contabilidad, y ya tenemos otro problema encima. Y, sobre todo, porque “malea” al personal: a nadie le gusta trabajar en una empresa en que la corrupción es una práctica frecuente.

A menudo, el problema de la corrupción no es tanto que la empresa decida recurrir a ella como que se encuentre con ella y no sea capaz de identificarla y defenderse: la mayoría de los casos de corrupción empieza con un pequeño fallo (“solo por esta vez; nadie se enterará”), pero puede acabar muy mal.

¿Qué puede hacer una empresa para no verse arrastrada a una serie de conductas corruptas? Primero, manifestar una voluntad clara y un compromiso irrevocable y definitivo: nunca practicaremos nada que sea corrupto. Luego, llevar a cabo una honda reflexión interna, para involucrar a todo su personal, y quizás también a sus proveedores y otros agentes externos, con objeto de entender bien por dónde pueden aparecer los problemas y para ganar la adhesión, la complicidad, la implicación de todos.

De ahí resultará un programa de integridad, basado en la misión y los valores de la empresa, y centrado, primero, en un análisis de riesgos; luego, en el diseño de sus políticas (de ventas, de compras, de contratación, de gestión de agentes externos, etc.); en tercer lugar, en la elaboración de procedimientos para hacer frente a los problemas; luego, en la comunicación interna y externa del programa de integridad y, finalmente, en el control y los mecanismos de feed back, para aprender de los errores y mejorar las estrategias. ¡Ah!, y no olvidemos un programa exigente de formación de las personas que se van a enfrentar con las situaciones en que aparece la corrupción, para que sepan qué tienen que hacer y por qué, y para disponer de instrumentos y medios idóneos ante cualquier intento de extorsión.

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