Por Javier Iscar  de Hoyos, Secretario general AEADE

Si analizamos los cambios que se han desarrollado en el mundo global que nos ha tocado vivir, saborear y sufrir, y los comparamos con los cambios que en el mismo periodo ha habido en el mundo del arbitraje y de las ADR podemos llegar al engaño de que el arbitraje ha evolucionado en tiempos y en formas con las necesidades que plantea el mercado actual. Nada más lejos de la realidad.

Es verdad que en los últimos diez años se han aprobado decenas de leyes de arbitraje en muchísimos países; es verdad que las nuevas leyes de derecho positivo en todos esos países incorporan en su clausulado y texto la posibilidad de acudir a herramientas autocompositivas y heterocompositivas de solución de controversias, como el arbitraje y la mediación; y es cierto que no hay seminario, congreso, evento o acto en el que los poderes públicos, los gobernantes, los árbitros y los medios de comunicación no dejen de lanzar mensajes de apoyo y aliento a favor del arbitraje. Mensajes que, muchas veces, se quedan en tierra de nadie y no calan en un segmento de la sociedad vital e imprescindible, como es el mundo de la empresa y la abogacía.

Pero los españoles, con todas nuestras virtudes, nuestros defectos y nuestras osadías, pensamos que la falta de cultura del arbitraje, la desconfianza en el uso de la herramienta y la menor inclusión de cláusulas arbitrales se soluciona con la creación, constitución y proliferación de nuevas cortes arbitrales que, desde los sectores más diversos y sin ninguna mala intención, alimenta el desconcierto, el desánimo y la desconfianza.

Puede que en los últimos años la figura del arbitraje se esté consolidando como una herramienta popularizada en las empresas, lo que por un lado constituye un gran avance por dejar de ser un servicio casi exclusivo, y me atrevo a decir que excluyente, de grandes asuntos y de pocos abogados y árbitros; pero, por otro, puede llevar a una minusvaloración de lo que realmente este servicio representa debida a una excesiva democratización que lleve aparejada una merma de garantías, seguridad jurídica y certidumbre.

España, más instituciones arbitrales que procedimientos

España, exagerando un poco, es el único país del mundo donde hay más instituciones arbitrales que procedimientos arbitrales, convirtiéndose las primeras en pequeños reinos de taifas donde todos son capitanes del arbitraje atrayendo a cada institución a su cohorte de incondicionales, lo que no sólo merma sino que destruye la esencia del arbitraje al personalizar al mínimo detalle toda controversia.

Es el momento de proponer un cambio, no dirigido a modificar reglamentos ni leyes, ni pensado para tirar por la borda los grandes avances conseguidos en España, sino para conseguir que las empresas, abogacía y ciudadanos vean en el arbitraje una opción y consideren esa opción segura, necesaria y conveniente.

Las instituciones arbitrales tenemos que ser generadoras del cambio, dejar de seguir pecando de excesiva pasividad, pensando que los convenios arbitrales se incorporan a los contratos por ciencia infusa. Hay que generar ese cambio y saber reaccionar ante él ofreciendo el mejor servicio a las partes y a sus abogados, sin descuidar a los árbitros.

 

Creatividad a favor del arbitraje

Considero, honesta y sinceramente, que se hace imprescindible un cambio de mentalidad en los responsables de las instituciones arbitrales, puede que sea necesario un “desaprendizaje”  y un cambio en el estilo de gestión en el que con nuevas herramientas, con formación y perfeccionamiento consigamos ser lo suficientemente creativos para motivar a las empresas y abogados para que, al menos, vean en el arbitraje una opción.

En la entrevista del boletín de diciembre  del año pasado de  nuestra institucion, Jernej Sekolec, que fue durante ocho años director de UNCITRAL y actualmente uno de los vicepresidentes de la LCIA (London Court of Internacional Arbitration), afirmaba que «el arbitraje ad hoc funcionaba bien hace 20 años, cuando existía exclusividad; sin embargo, ahora el panorama es muy distinto debido al crecimiento en el número de empresas y, sobre todo, al comercio electrónico». El número de participantes en el arbitraje ha aumentado y, según Sekolec: «Nos encontramos ante un fenómeno en el que tanto abogados, como árbitros y partes carecen de experiencia» defendiendo el arbitraje institucional frente al arbitraje ad hoc e incidiendo en el papel de control del procedimiento que lleva a cabo la institución arbitral.

Veo con agrado como algunas instituciones están apostando por el cambio. Aeade también ha decidido decantarse por ese cambio, pero para acertar con la fórmula debemos hacer primero un análisis certero y un diagnóstico de la situación del arbitraje en España, tratar las debilidades y amenazas para convertirlas en fortalezas y oportunidades, elaborar un plan de marketing y, sobre todo, ponerlo en práctica y controlar que el mismo se cumpla.

La experiencia de diez años en la administración de arbitrajes de Aeade me dice que la apuesta por el cambio debe ser conjunta, sin individualidades, yendo las instituciones arbitrales de referencia en España hacia un objetivo común; lo que hará crecer el arbitraje en cantidad y en calidad, y redundará en beneficio de todos (abogados, empresas, árbitros e instituciones arbitrales). En nuestras manos está que los próximos diez años generemos cambio y crecimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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